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martes, 25 de septiembre de 2012

Nosilatiaj


Por Andrea Jimena Villagrán


La belleza como diálogo intercultural. Observar el silencio y más allá…

A primera impresión el título de la película descoloca y desconcierta, Nosilatiaj habla desde un idioma que resulta extraño y ajeno. Es que abrirse a la belleza nominada en otra lengua, y por tanto inscripta en una concepción distinta del mundo, trae algunos desafíos, implica un corrimiento respecto al modo común en que se referencia “lo lindo” en Salta.


Este filme invita a recorrer imágenes que no tienen lugar en el repertorio estereotipado de representaciones, en las estampas folclóricas y turísticas, esas que ofrecen como mercancía “lo indio” que sepulta cada adoquín del casco histórico de la ciudad. Se construye así un paisaje visual abierto, desprejuiciado, donde hay espacio para que emerja “lo bello” en perspectiva indígena, para que la voz hable wichí lhamtes y los cuerpos se expresen desde un lenguaje propio.

El Chaco salteño enmarca geográficamente al barrio rural/urbano fronterizo, a la vivienda donde se localiza la historia. El personaje principal, Yolanda, una joven wichí de 16 años, representa la situación y trayecto de vida posible para cualquier mujer indígena, forzada por las circunstancias al desarraigo, a dejar su familia para incorporarse como “criada” en otra. El denso entretejido de relaciones personales, que en ese ámbito íntimo tienen lugar, ilustra respecto a la complejidad y ambivalencia de los vínculos sociales a otra escala.

El reparto de roles y posiciones de poder dentro de la dinámica familiar escenifica aspectos característicos del espacio e historia local, donde es práctica común ofrecer techo y comida a cambio de trabajo. Vínculos que ganan en complejidad e indefinición al teñirse de afecto y buenas intenciones.
En esos abigarrados lazos se levantan, relajan y contraen las fronteras entre universos culturales diferentes, con específicos valores y creencias, entre el mundo de sentidos wichí y el blanco. Porosa fricción surge cuando uno avanza por sobre el otro sin respetarlo, imponiendo sus propias categorías de pensamiento y modos de hacer. Sí el más fuerte eleva el tono de su voz, y no escucha, el débil calla, resiste en silencio, se retrae, y en tales términos se niega toda posibilidad de comunicación o entendimiento.

El film se presenta también como una reflexión sobre el presente, cuando arrasar el monte y talar sus árboles en pos del “progreso económico” grafica, a otra escala, el mismo acto que lleva adelante la patrona de Yola. Quien decide mutilar el cabello sin considerar el valor que éste pudiera tener para ella, sin preguntarse lo que podría significar para su cultura, sin consultarle. Produce así un daño de cuya magnitud no tiene noción. Aquel hermoso pelo, como las ramas, no debía ser cortado nunca, pues constituía para Yola un preciado don.

La moraleja advierte sobre las consecuencias que acarrean el desconocimiento, rechazo y negación de lo distinto, anuncia su potencial para devenir en violencia y avasallamiento.

La tensión entre universos de significación que se rechazan e interpenetran hila la película. De un lado gobiernan las expectativas y anhelos de Sara, una madre dispuesta a lograr a cualquier costo que el cumpleaños de 15 de su hija sea “la mejor fiesta que haya visto jamás el barrio”. Todo se apuesta para que esa celebración sea espectacular, por demostrar felicidad y amor. Festividad inscripta en el imaginario salteño como un acontecimiento especial, donde la familia tiene ocasión construir apariencias y hacer gala de su poder adquisitivo.


En el otro universo social y cultural no hay espectacularidad, lo extraordinario se oculta en cada partícula de lo cotidiano. Distintos recursos son empleados para mostrar y recrear una noción integral de belleza, que se nutre del vínculo singular con la naturaleza, habitando en el canto de los pájaros, en el sonido del río y en la comunicación con el monte. Perceptible en la quietud contemplativa, en el silencio, en el eco de antiguas voces donde se establece la conexión espiritual con los ancestros y la memoria comunitaria. Resuena en los recuerdos de Yolanda: “Los ancianos piensan que el cielo, el viento, los arboles y que todas las cosas de la tierra merecen nuestro respeto porque somos parte de ella”.

En su narrativa, la película crea el ritmo y atmósfera donde lo wichí puede emerger con magia y poética. Pero esa recreación de sentidos se alcanza no sólo mediante el riguroso trabajo de observación y con una mirada sensible, sino también tendiendo puentes comunicativos para trasvasar las fronteras culturales. Que el proyecto cinematográfico se convierta en trabajo colectivo, donde los asesores y especialistas técnicos no sean los únicos que desempeñen roles de importancia, y que llegue a ser apropiado por las comunidades, han sido los mayores desafíos. En esa dirección, la apuesta por la interculturalidad se sostuvo como consigna pero también demarcó un camino y un modo de hacer.
Cada una de las etapas transitadas, desde la definición del proyecto y replanteamiento del guión, hasta la selección de actores, el rodaje y la postproducción, implicaron la activa intervención e involucramiento de integrantes de distintas comunidades indígenas. Los textos, escritos primero español y luego traducidos al wichí, demandaron la participación de especialistas bilingües, intérpretes y traductores.

La intención de aportar al diálogo no jerarquizado entre culturas que orienta la película se reafirma ahora en su última instancia, a la hora de su presentación y estreno oficial. Nosilatiaj retornará al lugar donde surgió, para proyectarse en las comunidades del Chaco y desde allí recién se abrirá paso hacia las salas de la capital salteña y el resto del País.

Nota publicada en Otros Territorios.   

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