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sábado, 10 de noviembre de 2012

Nohién. El Hijo wichí de la Música




Nohién, el que atravesó la “tentación” y el “fracaso” después de haberse ardido en ellos, el que se atrevió a entrar en el “mundo” para salir al universo y concretarse un habitante cósmico, nunca se fue. En los caminos del desquite nos condena a su ausencia física.
En los recodos de la absolución nos rapta para rescatarlo de la tumba de los sin nombre, mientras nos despierta con el insulto de los olvidos y nos arrulla la utopía con su música.
Maestro del Sentido y del Sinsentido traspasa los tiempos partiendo desde el regazo de Nilatáj para regresar hasta su gente por las irreverencias del rap, del rif.
Hendido de olor a humo, disfruta su aposento en los sitios más sagrados de la cultura urbana; cultiva el absurdo entre gentes de distintas edades y colores; se ríe de los intentos chantajistas de la perduración y agasaja a los derrotados de la historia mientras escribe la propia historia.
Pregunta quién es el dueño de las televisiones, quién paga a los que aparecen en los diarios -los aparecidos de los diarios-, quién aplaude cuando se arrasa un tiempo. Juega al teatro, invoca teatros y aunque no come, no canta donde la gente come.
Se subleva a los etnógrafos, los académicos y los críticos; vasallo de la Música, solvente celebra con la vida el precio de su yugo. Se domeña ante el encuentro, se rinde ante el abrazo, se deshila en luces cuando vienen las sombras…
Por fin, se burla de la muerte, de nuestras lágrimas peregrinas y parte hacia la leyenda.
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(texto del libro y muestra Nohién. Los caballos de la eternidad en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Salta, en el marco de la muestra Nohién, el Hijo wichí de la Música)
Nohién. Los Caballos de la Eternidad
En un pura sangre negro, pelaje de chisperío, la Muerte cabalga llevando al Hijo de la Música, al Padre de los Pájaros del Río de los Pájaros, el Pilcomayo. Nohién va erguido, altivo, rasgando el velo que cubre el país de los Ahát, de las sombras, con el último violín de boca, hecho con la cola del caballo negro de su propia Muerte.
Atraviesa todos los países, atraviesa todos los abismos.
Nohién habitó la región Donde se Rompen los Mundos, allí, en el País de los Indios Actuales, el que limita con el País de los Carentes, el que está atrás del País de los que Tienen y al sur del País de los que Olvidan. El que está en la desembocadura del Río de los Indios Históricos, al lado del Barranco de los Ignorantes.
Sobre el País de los Indios Actuales, los otros lanzan la flecha de la indiferencia.
Sobre cada uno de estos países los otros sospechan, suponen, sostienen, soslayan…
He visto que en el País de los Indios Actuales, el cuerpo de los muertos se lleva en carretilla, a pulso o en la camioneta de algún amigo, de ésos que para estar, atraviesan hasta el inmenso País del Olvido. He visto en el País de los Indios Actuales al cuerpo de los muertos esperar familiares o amigos el tiempo que sea, sin turno de entierro. He visto a esos cuerpos, dejarse depositar en cementerios gratuitos, cementerios de indios, a campo abierto. He visto al cuidador vocacional de un cementerio, clamar por una carretilla, por una cruz y a los sepultureros vocacionales, por una pala, por un reconocimiento a tanta palada. No he visto en el País de los Indios Actuales una necrológica de sus habitantes, una mención en los obituarios. Sí alguna vez una noticia en policiales.
Ahí, en la región Donde se Rompen los Mundos, donde la Muerte es una orquídea y la Vida una pregunta, habitó, habita Nohién, el Hijo de la Música, el que Engendró los Pájaros con su garganta, el que Desafía al Tiempo y al Agua para el Molino de los que tienen molino.
Vivió ahí, donde el universo de la miseria y el descalabro, malogra talentos y esperanzas y ahí mantuvo el más alto sonido, la voz más diáfana del Pueblo Wichi.
Se llevó su cosmos colosal, ése en que los prejuicios y el silencio forzado se hacen trizas. O tal vez, si nos animamos a descubrirlo, lo dejó para siempre en su música.
En un caballo blanco refulgente, herraduras de diamante, galope derecho hacia el Alba, cabalga la Vida. En su camino desde la Noche, se cruza con un caballo negro.
Reluciente de oscuridad, orgulloso, lleva enhorquetada una mujer que sólo tiene sentidos para su amante… el indio bellísimo que la enamora con su voz, con su cuerpo, con un violín resonando en la boca: violincito encantado, latáj chass woléy, aquel hecho de palo mataco y la cola del caballo de su propia Muerte.
Se cruzan los caballos, cabalgan hacia atrás, giran en círculo, se rozan en un remolino. Todos se cruzan las miradas. Respiran el aliento de los otros. Beben de su saliva.
La Vida mira largamente al Hombre remontando el tiempo de sus amores con él, amores muchas veces incomprensibles; lo saluda con el beso más puro de su alma y en su camino inexorable parte hacia El Amanecer.
Ella sabe que hace tiempo ha sido transformada y que nunca volverá a ser la de antes: Nohién la ha habitado, la música de Nohién, en su caricia, queda habitándola para siempre.
Silvia Barrios, Tartagal, Salta, junio de 2010.
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Fragmento del capítulo Nohién, del libro Visiones del País delSilencio de Silvia Barrios (Cielo Arriba, 2012)
“(..) A poco de allí, el tiempo volvería a tener agujeros de magia, porque después de dos décadas se encontró con algunos de los que él bien sabía, habían sido los mejores cantores de su pueblo, allá por las épocas de la caña. Desde entonces, canta siempre que tiene ganas. En la calle, en oficinas, en el avión. Bajito, pero canta. Canta también cuando yo se lo pido, aún dentro de la comunidad. Quedito. Sí canta con toda su voz cuando estamos en el monte, en medio de la fronda, a cierta distancia de las aldeas; ante los micrófonos de la radio y ante las cámaras de la televisión y sobre todo ante el público, en el escenario. Ahora sabe que el canto no lo condena, que ha puesto más brillante su ohnusék. Que puede comer mejor cuando canta y porque canta, que no toma cuando la gente le muestra su aprecio, su afecto. Que casi no fuma. Nohién canta en ciudades, países y continentes y lo hizo en los grandes festivales y teatros. Hasta en el Colón, ahí donde los indios no van ni como público, donde se escucha muy pocas veces música que no sea la de Europa. Actúa permanentemente con estudiantes, les muestra sus instrumentos, les cuenta como vive su gente. Les enseña a cantar. Ya hay varios niños que llevan su nombre y dice que quiere ponerse a “estudiar” su firma para satisfacer a las colas de chicos y jóvenes que muchas veces esperan su autógrafo (que por ahora escribo yo, porque él dice que casi no puede y que no está bien que las personas tengan que quedarse mucho tiempo esperando para que él haga “dibujito con su nombre”).
Y Nohién, más que un cantor y un “maestro por presencia”, como decía Luis Frejman, es el símbolo de que un hombre, como un pueblo, puede recobrar la posibilidad de expresarse, la alegría y que puede conquistar la dignidad a través de eso que aprendieron los hombres pero que crearon los dioses: el Canto. A través de eso con lo que Tapiatsól creó el mundo: el Sonido de su Tambor.”
*(texto de la muestra Nohién, el Hijo wichí de la Música en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Salta)

2 comentarios:

  1. Hola! Dónde puedo conseguir música original de Nohién?
    Hermosa nota.
    Gracias!

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  2. Estimado, era una muestra de fotos, no sabría decirle si había algún formato con música para adquirir. No lo creo. Saludos!

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