Por Marta Dillon 06.03.12 
La fiscal de Tucumán Adriana Gianoni elevó a juicio oral la causa por  privación de la libertad de Fátima Mansilla, una chica de 16 años secuestrada  hace una década. Los acusados también están siendo juzgados por el caso de  Marita Verón
Las pruebas son contundentes, los hechos están  suficientemente probados. Para la fiscal tucumana Adriana Gianoni, Fátima  Mansilla fue secuestrada, privada de su libertad, obligada a prostituirse  mediante la fuerza o bajo amenazas. Tenía 16 años y las heridas que recibió  entonces todavía supuran; según el informe psicológico que consta en el auto de  elevación a juicio pedido por la fiscal –y al que este diario accedió en  exclusiva–, Fátima “siente náuseas al abordar aspectos de su sexualidad”. Los  síntomas de estrés post-traumático son evidentes a pesar de los diez años  transcurridos desde que estuvo cautiva. Los mismos diez años que se tomó la  Justicia para dar por terminada la investigación y proponer que Daniela Milhein  y Alejandro González sean juzgados por lo que le hicieron. Milhein y González,  las mismas personas que están acusadas de haber mantenido cautiva a Marita Verón  en Tucumán, en ese domicilio donde Fátima pudo cruzar unas palabras con ella a  pesar del miedo y de la duermevela causada por las drogas que las obligaron a  consumir a las dos.
Aunque lenta, la justicia parece llegar, inexorable. Esta  elevación a juicio de la única causa paralela a la de Marita Verón por trata de  personas –aunque los hechos sean anteriores a la ley de trata sancionada en 2008  y la calificación sea otra, es de ese delito del que se habla–- tiene un efecto  doble. Por un lado da cuenta de un modo de operar: Fátima Mansilla también fue  secuestrada en la calle, retenida y obligada a prostituirse. Por el otro,  fortalece el testimonio de Mansilla en un momento en el que la defensa de los  imputados parece contar con la única herramienta de desacreditar a las y los  testigos. Eso fue lo que intentó Milhein al inicio del juicio por la  desaparición de Marita Verón. Usó su derecho a declarar para contar su propia  historia como víctima de trata cuando era menor de edad. Dijo que fue Rubén Ale,  el ex dirigente de fútbol y protegido del gobierno de Julio Miranda, quien  literalmente se convirtió en su “dueño”, el que la obligaba a prostituirse y  cobraba el dinero que ella generaba. Pero también aprovechó la oportunidad para  decir que Fátima Mansilla era una “fabuladora”, que ella jamás la había tenido  secuestrada sino que, por el contrario, la había protegido de los maltratos de  su madre y hasta había pedido su guarda judicial para ponerla a salvo. Esto es  lo que se cae como fruta madura después de leer los fundamentos de la elevación  a juicio de la fiscal Adriana Gianoni.
Como primera herramienta de prueba, la  fiscal valora la denuncia de la madre de Fátima, Adriana del Valle Mujica, el 27  de mayo de 2002, en sede policial. Allí la mujer dice que su hija fue a la  carnicería y no volvió, que está sumamente preocupada y que cree que es Daniela  Milhein quien puede saber algo. Fátima había trabajado como niñera para Milhein,  pero Mujica le había pedido a su hija que no vaya más después de que la niña le  contara sobre “chicas que iban y venían”. Desde entonces la habían acosado para  que volviera a trabajar. Fue esa negativa la que terminó resolviéndose por la  fuerza. “González me palmeó en la espalda y después me tapó la boca y me obligó  a subir al auto, Daniela le abrió la puerta y después arrancaron”, dice Fátima  en su testimonio.
Como en un episodio calcado del descripto por Susana  Trimarco –cuando cuenta que fueron los mismos sospechados de secuestrar a su  hija quienes parecían ayudarla en su búsqueda–, la mamá de Fátima fue acompañada  por la propia Milhein a pedir ayuda a un canal de televisión para que difundan  su fotografía. Es que Mujica, desesperada, había ido a buscarla al mismo lugar  donde la tenían secuestrada. En el auto de elevación a juicio firmado por  Gianoni consta el testimonio de quien las recibió en Canal 10 de Tucumán. Este  hombre, de apellido Campero, es el que dice que “la mujer que acompañaba a la  madre de la víctima se volvió después de que yo le pidiera la foto y la denuncia  para pasarla por el canal para decirme que no difunda la información porque la  chica se había ido de la casa por los maltratos que le daba la madre. Eso me  llamó la atención, porque fue dicho por lo bajo mientras la madre lloraba y se  mostraba muy angustiada a pocos metros de distancia”.
Mientras su mamá la  buscaba, Fátima vivía entre la inconsciencia y el dolor: “Un día vino un hombre  que se llamaba Daniel Moyano –transcribe el escrito de Gianoni–, que decían que  tenía unas casitas en Río Gallegos y me inyectó en el brazo y en la cola y al  rato yo me quedaba como dormida y cuando me despertaba me dolía todo el cuerpo,  estaba sin ropa y tenía semen entre las piernas. Y un día al ver que yo no  quería saber nada vino Pablo, el hermano de Daniela, con otros hombres y me  pegaron en todas partes de mi cuerpo. Daniela me quiso estrangular, me ponía las  rodillas sobre el pecho y me apretaba, me decía que me iba a llevar con el señor  Ale a La Rioja y que me iban a matar”. Ale y La Rioja, un nombre y un destino  que también sellaron la suerte de Marita Verón.
En su descargo, Daniela  Milhein declaró lo mismo que dijo en el juicio por Marita Verón. Que estaba  preocupada por Fátima y que debido a los golpes que le dio su madre tuvo que  llevarla al Hospital Ramón Carrillo para que la atiendan. Fátima cuenta otra  cosa: “Un día me llevaron al Carrillo porque yo estaba mal, vomitaba y orinaba  sangre, Daniela me anotó como si fuera su hermana porque no querían que supiera  que estaba ahí”. En ese hospital tucumano figura la entrada de Fátima en julio  de 2002. Efectivamente, figura como Fátima Gignone, el apellido de la madre de  Milhein. ¿La excusa de la acusada? “Es que mi mamá la quería como a una hija.”  “Ni siquiera el gran afecto que pueda sentir una persona por otra justifica que  se den datos falsos a una entidad pública como es un hospital”, argumenta la  fiscal con evidente sentido común en su escrito.
Que las víctimas de trata  están en esa situación por su propia voluntad. O que Marita Verón, por ejemplo,  era prostituta o que había sido violada por su padre y por eso ella quiso que su  familia perdiera su rastro. Eso es lo que argumenta parte de la defensa de los  imputados. Es una estrategia tan común como burda, que Milhein también puso en  práctica cuando aseguró que se había presentado a la Defensoría del Menor para  proteger a Fátima. Pero la que era una niña entonces lo contó así: “Daniela me  saca un día en auto y me lleva a la Defensoría y ahí habla con una chica que le  da un papel y me dice que ese papel era la guarda que le habían dado a ella  porque yo era menor y que ahora mi mamá no iba a poder hacer nada por mí. Con  ese papel me tenía amenazada”. La fiscal, para cerrar el asunto, da cuenta de  que no hay ningún otro trámite legal más que una presentación de Milhein en la  Defensoría de Menores que dé cuenta de su intención de proteger a la menor o de  pedir su guarda por los malos tratos que se supone habría recibido.
¿Podría  estar mintiendo Fátima Mansilla? La pregunta, obviamente, surgió durante la  instrucción de la causa y por eso se ordenó un psicodiagnóstico al Gabinete  Psicosocial del Poder Judicial de la capital tucumana. El informe es un mapa de  las cicatrices que deja la trata de personas con fines de explotación sexual:  “Síntomas compatibles con transtorno por estrés post-traumático con varios años  de evolución, pérdida de interés en lo cotidiano, sensación de futuro limitado,  miedos intensos, daño psíquico crónico”. Pero más allá de las heridas, la  conclusión es excluyente: “Puede dar cuenta de múltiples hechos con un relato  espontáneo, lógico, coherente. No se observan signos de fabulación”.
Un  capítulo aparte merecen las marcas en la intimidad que dejó esa experiencia en  una niña de 16 años, que a pesar de lo vivido sigue firme en su intención de  reparar a través de la búsqueda de justicia. “Angustia, ansiedad, conductas  evitativas y manifestaciones psicosomáticas y náuseas al hablar de aspectos de  su sexualidad; posicionándose respecto de ellos en forma pasiva”, dice el  informe del Gabinete Psicosocial.
La fiscal calificó los hechos que se les  imputan a Milhein y a González, como “privación ilegítima de la libertad  agravada por minoría de edad, promoción de la prostitución de una menor agravada  por el uso de violencia y amenazas y promoción de corrupción de una menor todo  en concurso real y en coautoría”. Hechos gravísimos que serán juzgados en  audiencia pública en el exacto momento en que el oído social empieza a dejarse  permear por los relatos de las víctimas que se niegan a quedarse quietas en ese  lugar estanco para empezar a hablar.. Para dejar de ser víctimas. Fátima  Mansilla será de las primeras mujeres que estuvieron sometidas a la trata de  personas para que su cuerpo se use como un objeto de cambio en declarar en el  juicio por Marita Verón. Su voz, ahora, tendrá el eco que espera desde hace diez  años.http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-188991-2012-03-06.html
 
 
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