Por Sibila Camps
Son mujeres víctimas de la violencia doméstica que se capacitan en manicuría y panadería, en la Casa Juana Manso y el Hogar Sol Naciente. La ayuda es clave para alejarse de los hombres que las golpean.
- 19/12/11
Hace dos años, por escapar de la violencia doméstica, Judith (32), embarazada de tres meses, vivía en la calle. Ahora, tras haber realizado varios talleres en el hogar de la Ciudad, donde vive, ya está ganando sus primeros pesos como manicura, y hace planes para compartir un departamento con su nena y con otras amigas.
Muchas mujeres que sufren violencia continúan soportándola –en especial cuando tienen hijos–, porque dependen económicamente del agresor, o porque el único recurso para cortar con el maltrato es alejarse del hogar y quedarse en la calle. Son muy escasos los refugios y albergues para cobijarlas; y casi no existen iniciativas que apunten a resolver su futuro laboral.
“Hay muy poco hecho sobre el después”, comenta Sabrina Landoni, a cargo del programa de violencia contra las mujeres de la Fundación Avon. La institución, que viene desarrollando una ingeniosa e intensa actividad contra la violencia de género, se ha focalizado también en un programa integral de reinserción laboral de las víctimas , que lleva adelante en la Casa Juana Manso, de la Dirección Nacional de la Mujer de la Ciudad. Otra experiencia alentadora en el mismo sentido es la del Hogar Sol Naciente.
Algunas mujeres, por hallarse en altísimo riesgo, antes de llegar a la Casa Juana Manso estuvieron viviendo en un refugio cerrado. Otras fueron derivadas directamente desde alguno de los seis Centros Integrales de la Mujer a este hogar de medio camino, de puertas abiertas, donde equipos de psicólogas, abogados y trabajadoras sociales se esfuerzan para, como dice la asesora Daniela Reich, “soltarles la mano y que puedan andar solas”.
La gran mayoría tiene entre 25 y 35 años, secundario completo e hijos pequeños. Llegan “sin saber bien lo que les pasa –describe Reich–, a compartir sus días con mujeres que no conocen y con culturas diferentes”, ya que muchas nacieron en una provincia o en otro país. Eligen participar en talleres de cerámica, manualidades, salud, educación sexual y hasta movimiento, “porque el cuerpo fue atosigado y maltratado –explica Reich–. La Casa Juana Manso es un puente a transitar, y que verán cuándo pueden cruzar”.
En ese camino se inserta el programa “Alza la voz contra la violencia hacia las mujeres”, de la Fundación Avon. Comenzó en 2008 con investigación y folletería, y continuó con la capacitación de las 160 promotoras solidarias –una por cada zona de venta del país–, para replicar esos conceptos en las mujeres que participan en los encuentros de ventas. Recibieron “un entrenamiento enmarcado en la equidad de género” –señala Landoni–, con el objetivo de “desnaturalizar la violencia, y ver cuál es el lugar de la mujer en la cultura de nuestro país”, completa Silvia Zubiri, directora ejecutiva de la Fundación.
El proyecto en el hogar de la Ciudad comenzó con talleres de manicuría y depilación –que acaban de concluir, con la entrega de los respectivos kits–, imagen personal, planificación laboral y armado de CV, y derechos laborales. La Fundación apoya también con otras acciones, como bolsa de trabajo y apoyo en la búsqueda de empleo, y gestión de becas en la industria textil.
La propia Escuela de Belleza de la institución se convirtió en una herramienta laboral, ya que una de las docentes incorporó a Judith al instituto del cual es gerenta. “Me siento bendecida por tener a gente tan profesional que me enseña”, comenta. Ella y Luz (20), otra de las huéspedes del albergue, ya estuvieron trabajando en el hogar de día para personas mayores, donde repartieron tarjetas y les pidieron que vuelvan.
Landoni apuesta a la tarea de “descubrir juntas su historia laboral, sus deseos, su potencialidad. Una mujer me dijo: ‘Yo no sé hacer nada, nunca trabajé’; sin embargo, daba de comer a 120 chicos en un comedor comunitario. Es muy bueno acompañar a una mujer a redescubrirse, a saber lo que puede dar”.
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