Lydia Cacho
A partir de enero del 2012, según ordenes de la papisa del episcopado y la presidenta, todos los hombres deberán llevar el rostro cubierto. No podrán reunirse en lugares públicos con otros hombres, excepto para hacer las compras del hogar, aprender a cocinar o tomar cursos de buena crianza y paternidad. La eyaculación irresponsable será penada hasta con 4 años de prisión o podrán morir por lapidación si las mujeres de su comunidad consideran que ha faltado a las reglas morales establecidas por el matriarcado.
Siguiendo el ejemplo de dichas regulaciones, México adoptará nuevas medidas para el próximo milenio; a fin de regular el comportamiento sexual y social de los varones de todos los grupos socioeconómicos. Se celebrará el castigo comunitario y exhibirá en medios de comunicación a todo hombre que, habiendo sido padre, pretenda desarrollar una carrera profesional que anteponga su éxito profesional a la santidad de la paternidad. Ningún hombre que se precie de ser digno de su género deberá exhibirse en lugares públicos bebiendo o exhibiendo su cuerpo de maneras lascivas frente a mujeres.
A fin de evitar las violaciones a hombres jóvenes, se creará un grupo social para dar placer sexual a mujeres que no deseen establecer relaciones de intimidad; que busquen ejercer poder, someter, maltratar o violar al hombre de su elección. Para ello se establecerán zonas rojas. Los hombres serán sometidos por el Estado a pruebas de sangre y genitales, podrán ser arrestados sin motivo, siempre protegiendo la identidad de su clienta. La violación a los prostitutos no será considerada un delito, dado que su estatus social es moralmente inferior.
Si un varón recurre a las instancias jurídicas para solicitar ayuda al considerar que vive maltrato, humillación, violencia sexual o física, violencia patrimonial y económica, se dudará en todo momento de su testimonio, ya que el sentimentalismo propio de su género, así como su inferioridad intelectual, argumentada históricamente por grandes filosofas y juristas, puede llevarle a mal interpretar el derecho natural que su esposa tiene sobre su cuerpo y su reproducción; ya que es bien sabido que los ciclos hormonales de los hombres les incitan a cometer ciertos actos irracionales que merecen reprimendas normales en el contexto doméstico.
Se sabe que el 13% de hombres que pertenecen a las fuerzas militares como cuota de género, muestran cambios de carácter irracionales. En ese contexto se entiende que si un varón trabajando entre cientos de mujeres resulta víctima de violencia sexual, incluido el acoso, no será responsabilidad de las mujeres, sino de aquél que con su conducta impropia les provocara.
Si a usted le parece excesiva o absurda la violencia de género descrita en estas líneas, piénselo dos veces. Esto ha sucedido y sucede hoy en día a millones de mujeres, sometidas a absurdas regulaciones morales, sociales y jurídicas que aun se sostienen y avalan culturalmente. Hace veinte años comenzó la tarea mundial para erradicar la desigualdad que avala la violencia de género, sólo 125 países tienen leyes al respecto y no todos las cumplen. Hoy hay más feminicidios que hace 20 años. Las mujeres salen de relaciones violentas y los agresores las matan por traicionarlos, a ellos y a los principios culturales que estipulan normas de restricción y control de las mujeres, sus cuerpos y sus libertades.
En los setenta los tradicionalistas denominaron al movimiento por la igualdad como “guerra de los sexos”, alimentando argumentos de antagonismo, diferencias y lucha por el poder entre hombres y mujeres. Fue grave el daño causado por esa estrategia debilitadora de un movimiento que buscaba crear nuevas reglas de convivencia con los mismos derechos, las mismas responsabilidades y libertades. Al principio se resaltaron las diferencias para erradicarlas y construir la igualdad, pero se creó un doble discurso que justifica la desigualdad, que culpa a las mujeres de ser las únicas que educan y transfieren la violencia, invisibilizando a quienes la ejercen y fortalecen con el ejemplo.
Es momento de salir del discurso entre víctimas y victimarios; aquí no hay guerra. Es urgente trazar la ruta para un nuevo discurso amoroso, para un nuevo ejercicio del poder no sexista. Hasta el día en que que quien justifique la discriminación sea discriminado y no celebrado o imitado. Hasta que, como dice Nuria Varela, la mayoría de los hombres digan: No en mi nombre.
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