El 2 de diciembre de 1949 se firmó el Convenio para la represión de la trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena. Esta Convención establece que toda forma de explotación de la prostitución ajena es punible, sin importar el consentimiento de la víctima. Prohíbe el establecimiento de prostíbulos y la reglamentación de la prostitución. Plantea la prevención de la prostitución y la trata, la protección de las víctimas y el control de las agencias de empleo. No divide entre Prostitución y Trata porque las hace expresamente, a una, consecuencia de la otra.
Se trata de una Convención claramente abolicionista, que ha sido ratificada por nuestro país *y se encuentra vigente,* aunque no se respete, como lo demuestran la actual ley contra la trata de personas; la persecución de las personas en situación de prostitución a través de los Códigos Contravencionales y de Faltas en todo el país; la proliferación de los prostíbulos bajo diversos nombres; la promoción de la prostitución en medios de comunicación, publicidades, Internet, teléfonos celulares, propaganda callejera que garantiza la apropiación del cuerpo de las mujeres como objetos reales y simbólicos de dominación; la complicidad de los poderes públicos que garantiza la impunidad de los proxenetas, rufianes y todos los implicados; el abordaje de la temática sólo desde la parcialidad de la trata permitiendo el ocultamiento de todas las violencia sobre nuestros cuerpos prostituidos: violaciones, tortura, maltratos, raptos y asesinatos; algunos posicionamientos políticos, que denominan a la prostitución trabajo, defendiendo el negocio de la explotación sexual.
Este conjunto de variables que incumplen la Convención del 49 constituyen el SISTEMA PROSTITUYENTE.
*El abolicionismo pretende un mundo sin prostitución* pero ello no puede ser el resultado de la represión de las personas en estado de prostitución, sino de sociedades y Estados capaces de generar puestos de trabajo y condiciones de vida dignas, vivienda, salud y educación para todas las personas y particularmente para las mujeres en situación de vulnerabilidad social.
También es preciso cambiar las ideas y las prácticas que instauran la desigualdad entre varones y mujeres, que significan para éstas mayor pobreza, menores recursos, descalificación, consideración como objetos sexuales o como meras máquinas de reproducir seres humanos.
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